Puedo callar, ocultarme, esconderme, meterme en la trinchera y no salir hasta que alguien me reclame.
Cerrar la voz, matar la piel, volver los ojos a lo interno, sentir como entra el aguacero sin rozarme, vestirme del contrario, dormir cerca de los dedos que aprietan el gatillo, de las dudas, de las balas, de mi miedo.
Yo, como siempre, inoportuna en mitad del campo de batalla y tantos fuegos.
Me pregunto en muchas ocasiones qué es exactamente lo que os hace volver a este mi lugar. Mis palabras están muy lejos de rozar algo parecido a la literatura, y son de poco interés general ya que no son más que todo lo que mi corazón ocupa, mis días, mis noches perdidas y las canciones que llenan todos esos huecos.
Ayer, cuando atravesaba la ciudad en mi coche, pensé en todos vosotros. No lo he hecho aún en estos casi dos años de andadura, pero es el momento de daros las gracias. Por estar, por venir, por leer.
A los que os pronunciáis y a los que enmudecéis pero sé que estáis. A los que ya me queriais, y a los afectos que nacieron detrás de esta sonrisa felina.
Este lugar me ha traído muchas cosas. Casi todas buenas. Y me siento muy acompañada, muy agradecida de saber que estáis ahí. Quizá todo esto tendría menos sentido si no vinierais.
Alguien me preguntó una vez si escribía para que me leyeran. No exactamente, pero es reconfortante saber que lo hacéis. Y espero que vuestras visitas nunca sean una devolución. Sólo pido, como en todos los ámbitos de mi vida, que todo lo que se genere sea libre, natural. No pido más.
Aquí estoy. Con la puerta siempre abierta. Para lo que queráis.
Ella no es una chica normal. No ha tenido una vida normal. No quiere una vida normal. No la busca, aunque a veces la encuentra. Ella vive más allá del pasado y del futuro. Vive el presente como si la vida se le fuera en ello. Porque no existe nada más que el ahora. Porque lo que se fue, sabe no volverá. Porque nadie sabe lo que vendrá, ni siquiera si habrá de venir.
Ella siempre espera que todo lo que soñó llegue como si hubiera prometido su asistencia. Ella no promete si no puede, si no quiere cumplirlo. Ella cree en las promesas.
Ella ríe mientras agota las horas. Las exprime, las perfora, las taladra, las atesora. Y también llora. Se diluye entre las aguas de lo que fue. Lo que será. Lo que le hizo ser.
Ella no sabe mucho de nada, y sabe que aún queda todo por aprender. Sabe que siempre, y nunca, y todo y nada son acepciones inexactas. Porque lo absoluto no vale en esta vida. Porque limita, coarta, esconde y tapa.
Ella odia la mentira y se escuda sólo en la verdad, aun sin tomarla nunca como verdadera, única y absoluta. Prefiere la verdad aunque ésta se convierta en la daga que habrá de acabar con su risa. Prefiere caer y levantar. Prefiere correr a detenerse, saltar a entumecerse. Prefiere curarse las heridas a pasar por los días encerrada en una burbuja.
Ella ama por encima de todas las cosas. Se entrega porque sabe que es lo perentorio. Se explosiona, se desbasta, se fusiona, se efervesce (si es que existe), se desmonta, se rearma, se enamora.
Ella siempre viste de regalo. Se regala, se ofrece, se desenvuelve y casi nunca se maquilla. Ella no se oculta.
Ella no quiere tener miedo. Está convencida, segura. Duda aunque confía, tiembla, se retuerce, se voltea, empatiza y se emociona. Ella duda lo que sabe, se ignora y se conoce. Se interroga y se cuestiona, se pierde, se busca, se encuentra, y se da una recompensa.
Ella es lista y es muy boba, tiene treinta, diecisiete, quince, y algunos días ni siquiera ha llegado hasta este mundo.
Ella sólo espera, desea, que la quieran por lo que es.
Me repito que no todos los sueños se cumplen. Aquellos que no llegan a ser pesadillas pero tampoco están hechos de la misma materia que los sueños. Dónde tus miedos toman forma, adquieren rostro, y ves aquello que tanto temes aun cuando tu consciente se niega siquiera a dibujarlo.
Porque ahora que el amanecer ha traído el miedo... dónde iré a refugiarme? ¿Dónde me esconderé para que la oscuridad no pueda rozarme? ¿Dónde?
Yo no quiero que el mar se convierta en un charco. No quiero que se me congelen los sueños. Ni la voz.
Y si eso pasa, me iré. Esta vez sin retorno. Dónde viven los monstruos.
Y encontraré el rey que se lleve la soledad y la tristeza.
Comenzó. Y lo hizo con toda la intensidad de todo lo que empieza, de todo lo que no se puede abarcar con las manos, como el agua que se escapa entre los dedos, la mirada que se pierde sobre el mar intentando adivinar el horizonte sin recompensa, porque el horizonte es infinito, inmenso, dónde no cabe más que perder la mirada y navegar el corazón.
Se me desliza el alma por tus ojos, por tu cuerpo, como las manos lo hacen por un instrumento que estuvo olvidado en un rincón acumulando polvo, expectantes de los labios que soplaran el viento que había de arrancarle las mejores notas y volver a sonar. Volviendo a afinarse con la delicadeza de quien se sabe capaz de robar su mejor melodía.
Y sueno, y se me eleva la voz por encima de toda la mudez que rodeaba este tiempo, este silencio lleno de ruido, tanto cuento mal contado, tanta canción sin sentido vacía de palabras. Tanto tic tac de un reloj que apuraba su tiempo de una eternidad que parecía agotarse, los zapatos llenos de polvo, y un camino interminable sin parada ni fonda en un desierto aún por habitar.
Corro, salto, piso los charcos, y mi corazón va en bicicleta. Se eleva por toda la ciudad mientras la música suena, y cómo pájaros en mi cabeza, vuelan a mi alrededor la inocencia, las ganas, mis ojos ebrios de los tuyos, mi corazón de piruleta.
Y de repente, él sabe, que todo lo que hizo este tiempo fue echarte de menos. Y que todo lo andado, no era más, que el camino para reposar entre tus brazos.
-Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar -dijo el Gato.
-No me importa mucho el sitio… -dijo Alicia.
-Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes -dijo el Gato.
-… siempre que llegue a alguna parte -añadió Alicia como explicación.
-¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!
Puedo recordar con toda nitidez sus pasos alejándose por la acera, esquivando la tibia luz de la tarde y mi mirada. Y no, no se giró. Quise correr tras él, pero no lo hice. Sólo pude alejarme yo también. Ahora me pregunto todas las tardes bajo que luz se cobija.
A ti, la Dama, la audaz melancolía que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciendolas al tedio, tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de una sombra de la mentira que tu misma me habías obligado a oir. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio, y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad. E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados.
Fragmento de L'Avalée des avalés de Réjean Ducharme