Soy amor y a quién le importa... soy canción y baila el agua.
La frase que da título a la entrada, me la gritó por la calle un tipo hace meses a las 7.30 de la mañana. Aparentemente no tenía sentido alguno. Y yo no sé si soy yo que a casi todo se lo encuentro, o por fin lo he entendido..
Decido el silencio como antítesis a la voz, al eco que busco lanzando palabras al aire que hace mucho dejaron de tener respuesta y han dejado de estallar cuando caen. Decido el silencio como muestra de la calma de los días, del paso de la pena instalada. De esta extraña felicidad que me invade sin más motivo que renovar mi mirada.
Decido el silencio porque por fin las llamas crepitan en mi salón, porque Cohen trae la paz a la vigilia. Porque por más que busque anochecer en mitad de la hondonada, el alba no llegará más temprano.
Decido el silencio, porque ya sólo la conversación con mis entrañas basta.
Que estoy muy harta que el mostrarse asuste y que el ofrecerse deje lívida a la gente. Aún sigo pensando en todos los que se fueron porque mi sonrisa abraza, porque mis manos tocan, y porque mis palabras sienten lo que cantan. Cualquier día de estos me detienen por sonreir a extraños en la calle.
Cuánto estúpido miedo... Cuánto.
Sigo creyendo que lo mejor que puede pasarnos, es encontrarnos.
Mi gato se tumba encima mío, ocupando todo el espacio. A veces me resulta imposible creer como un ser tan supuestamente pequeño puede parecer tan grande y ocupar media cama de 1,05 que de por sí, ya en ocasiones deja de ser suficiente.
Ya está mucho mejor. Estamos. Después de tres semanas dónde su hígado casi nos ha dejado sin vida a los dos, (¿será que bebe?) empezamos a ser los mismos de siempre.
Intenta afilarse las uñas que no tiene, que le corté para que darle la medicación no pudiera convertirme en Scarface. No puede salir, no tendría modo de defenderse de sus congéneres. Está aburrido. Estamos. Hasta los cojones que tampoco tiene, porque en ese cruel intento del ser humano de hacer suyos a los animales salvajes, se los dejé inútiles para que no marcara un territorio que, siempre, triste condena para él sin saberlo, iba a ser suyo.
No te preocupes, le digo. Ya me las afilo yo por ti, que buena falta me hace. Que yo tampoco tengo cojones últimamente, y lo peor de todo es que no sé cuándo ni por qué dejé que me los quitaran. Yo que no tengo territorio que marcar porque todo el planeta es mi territorio, aunque a algunos politicuchos de mierda se les haya antojado poner fronteras y dejar que un papel determine el lugar dónde debe vivir cada ser humano.
Me mira extraño, no sabe qué pasa. No sabe por qué no abro las ventanas que dejan entrar el aire y que él salga. No sabe por qué esta atmósfera se está convirtiendo viciada, no sabe por qué le hago tragar esa basura que sabe a rayos, ni por qué le llevo a un lugar dónde tres mujeres que aparentemente parecían quererle, le suben a un potro de tortura y se asemejan a la Santa Inquisición. Está empezando a poner en duda cuánto le quiero. No dudes, le digo, que todo esto lo hago por ti. Dudamos.
Pero es mi compañero. Aún nos queda mucho que vivir juntos. Si es que a esto, aunque ahora pueda parecer lo contrario, se le pueda llamar vida. Que volverás a salir. Volveremos. Que las uñas crecerán y podrás caminar sin miedo. Creceremos. Que dejarás de tragar cosas amargas para volver a saborear mieles felinas.
En cualquier caso, sea como sea, siempre nos seguiremos teniendo el uno al otro. Vivamos.
Que tiemblen las leyendas del mañana o deja que se estrelle este deseo hondo bajo mis pies.
Si se seca este torrente de agua clara y ya no hay mapas que dibujen las veredas de árboles absortos y palabras nunca huecas. Ser silueta en la ventana si la vida quiere convertirse en un río sin caudal y ya no puedo bailar sobre la ola que es mañana entre mis dedos. Si el sol que alumbra en lo alto deja de ser astro para volverse simple vela, si el dolor se reduce a mera desdicha y el milagro en alegría.
Deja que me abrace a los pasos, que se alargue la mano que ha de llevarme hasta tu puerta. Que la voz se aúpe sobre el mar salvaje de tus ojos y el silencio corra presto a esconderse tras la mesa.
Deja que el sueño se haga vida, compañero fiel de tus días y tus noches, y destierra el miedo de filos angulosos y hoja estrecha.
Deja de vivir como si cada día no fuera un nuevo tesoro, como si pudiéramos ahorrarnos vivir sobre la cresta, como si cada otoño no pudiera ser primavera.
P.S. Ayer se fue Mercedes Sosa.
Traigo el alma desnuda, el corazón en las manos. Debiera bastar.
-Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar -dijo el Gato.
-No me importa mucho el sitio… -dijo Alicia.
-Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes -dijo el Gato.
-… siempre que llegue a alguna parte -añadió Alicia como explicación.
-¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!
Puedo recordar con toda nitidez sus pasos alejándose por la acera, esquivando la tibia luz de la tarde y mi mirada. Y no, no se giró. Quise correr tras él, pero no lo hice. Sólo pude alejarme yo también. Ahora me pregunto todas las tardes bajo que luz se cobija.
A ti, la Dama, la audaz melancolía que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciendolas al tedio, tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de una sombra de la mentira que tu misma me habías obligado a oir. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio, y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad. E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados.
Fragmento de L'Avalée des avalés de Réjean Ducharme