martes, 7 de abril de 2009

Corazón en rojo


-¿De dónde has salido?- Tantas veces pronunciaba esa frase, como tantas decía que se marchaba. Yo no respondía nunca, y él nunca se marchaba.
Bueno... mentira. El sí marchaba. Y yo también cuando comprendía que no serviría de nada intentar retenerlo. Nunca se me dió bien intentar retener nada. Recuerdo un separa libros de mi madre cuando era niña, que tenía bordada una frase. “Si quieres mucho algo, déjalo libre. Si vuelve a ti, es tuyo. Si no nunca lo fue”. Y quedó totalmente registrado en mi mente infantil.

No es que yo le quisiera, no podía quererlo aún, pero quizá quisiera quererle... Hay algo que me llevaba a él irremediablemente…
En cualquier caso no creo en la posesión. Limita. Pero si en que uno ha de ser libre para querer quedarse. Y para poder marcharse. Aunque yo necesite a veces que me pidan que me quede.

Aún así a veces intentaba poner mi mejor sonrisa, robar un beso o unos minutos con cualquier argucia para prolongar la compañía. Pero eso no pasaba casi nunca. Y siempre marchaba. Y siempre yo después, sola, preguntándome mil cosas sin respuesta, y formulando la misma pregunta que él, pero al aire. ¿De dónde ha salido?

Pero claro, cada uno sale de donde puede, de donde le dejan, de donde le dejó aparcado la vida la última vez. Y a veces, ya es demasiado con salir, como para contar de dónde se viene.

No hubo suerte esta vez tampoco. Conocer a alguien en el momento equivocado. Y a partir de ahí, todo va solo. Se te rompen las medias, pisas un charco lleno de barro, llevas la chaqueta al revés, te cagaron el coche tanto los pájaros que ni se ve a través del cristal… Así que te saltas los semáforos y no puedes si no más, que decir justo lo que no quieres decir. Todo eso que cuando vas hacia casa lamentas haber dicho, cuando además querías decir todo lo contrario. Tú que ni siquiera querías mencionar ese tema, y sólo hablar de las ganas que tenías de estar ahí sentada al sol, y disfrutar la tarde, la compañía, y reír y charlar hasta que anocheciera.

Así que sientes que fue la vida la que se te cagó encima, que lo que no ves es la realidad y no el asfalto. Que te obligaron a calzarte para que no se vea el roto que dejaron otras pisadas y que lo rojo que atravesaste sin tenerlo en verde era el corazón y no el semáforo. Y entonces llega la multa, y de repente te ves sumergido en un -Hoy es la última vez que nos vemos-. -¿Si, de veras? bueno, pues nada...-.
Como si todo estuviera perfecto. Como si te pareciera tan bien que no tuvieras nada decir al respecto. Y admites, callas, y te quedas quieto, muy quieto, casi sin poder dirigirte hasta tu coche, mientras intentas aparentar un absoluto control de la situación, y sientes que lo que están es empujándote al vacío.

Quince minutos más tarde, sales de tu bloqueo momentáneo y no entiendes nada. Y para entonces ya estás solo y todo se ha esfumado, y todo parece un sueño extraño donde además no sabes quién era el protagonista.
Tú, desde luego no. Seguramente aquel que tiene un corazón en rojo por álter ego.

Foto: Semáforo por rafaelitop

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues si tu semáforo está en verde...Arranca y no esperes más, que nadie te detenga