Ando bebiendo las noches, apurándolas como el último cigarro, como el beso que supe sería el último, bebiéndome tus labios, tu alma, lo poco que quedaba entonces de la que era cuando bailaba con la mía. Mancho las aceras con ocasos que nunca llegaron a ser amaneceres, y se me queda el barro pegado a los zapatos, arrastrando mi marca por toda la ciudad como un fantasma sus cadenas. Me asomo al recuerdo de tus ojos sobrevolando acantilados, levantando el viento que te aupe hasta llegar a la fisura, la que se abrió el día que seguí sin tu amalgama. Me vuelvo a tu beso, a tu soplo, a tu mirada infinita, inacabada, inagotable. Me vuelvo vacía de abismos, repleta de vacíos, habitante de la nada.
Voy prendiendo cerillas, expectantes de una explosión que no estalla, dinamitando días que tiñen otros de esta especie de lluvia ácida, fría.
No sé dónde dejé mi sombrero, y a días no tengo más con que tapar el agujero.
Así que salgo, me bebo la noche, me sale el alcohol por el poro, y la lágrima, aunque seca, me supura por dentro, escuece en este interior todo hecho de sal, reclamando el mar dónde verterse.
Voy prendiendo cerillas, expectantes de una explosión que no estalla, dinamitando días que tiñen otros de esta especie de lluvia ácida, fría.
No sé dónde dejé mi sombrero, y a días no tengo más con que tapar el agujero.
Así que salgo, me bebo la noche, me sale el alcohol por el poro, y la lágrima, aunque seca, me supura por dentro, escuece en este interior todo hecho de sal, reclamando el mar dónde verterse.