miércoles, 16 de diciembre de 2009

Por el monte las sardinas


Ceno un arroz de mentira que hace "de cinco a siete minutos" era congelado, y  que ahora aparentemente y a simple vista parece que lo hubiera cocinado mi abuela, aunque no hay cosa, lamentablemente, tan imposible como esa y el sabor desde luego no le llegue ni a la suela. Cojo el teléfono sin ganas, esbozando una sonrisa telefónica, esa que me hicieron aprender en  mis tiempos lejanos  como autómata, y también es de mentira. La sonrisa, las ganas, el decir que va bien cuando sientes que sería mejor no haber atendido la llamada, no haber levantado hoy de la cama y dejar que este frío pareciera falso completamente arropada.


Me llega un mensaje que reza un abrazo, que ojalá fuera cierto y llegara, y cerrara sus brazos sobre mi y no soltara durante un rato. Que ando falta hoy de verdades, de conversación frente a un café desgranando esta maraña. Que no sé qué coño pasó con mi energía recién cumplida, se mezcló con la bruma y la muy perra desapareció como si hubiera sido cualquier cosa menos lo que fue aquella mañana, y dejó paso a toda esta tormenta si es que se le puede llamar así, porque ni siquiera nevar  lo hace de veras.


Y entre tanto llegan algunos rayos de sol, se cuelan por mi ventana, me hacen abrir los ojos, iluminar la mirada, aunque de tanta oscuridad yacente hace que sin querer los cierre un poco, que hace mucho tiempo que la luz no me inunda y de tanto abrirlos sin aparente sentido todo este tiempo, note que me estaba quedando un poco ciega. Y no bonita no, me digo, te dejas de gilipolleces y te pones las gafas. Te las abrochas, te las grapas, y si nieva nieva, y si truena truena, pero tú sin vista no te quedas, hay días así, así que venga anda, espabila.


Me cuento otra mentira que soporte el arroz, el abrazo que no llega, la bruma, el frío, la puta niebla de la vida, la falta de mi abuela, y este mal hablar cuando me pongo bruta.
Limpio las gafas, las saco brillo, pongo la música bien alta para inundarme de melodía, de soles en mitad de la noche,  y algunas verdades empiezan a darse cita en mi salón mientras por el mar corren las liebres, y bailan  esta canción emparejadas, mentiras, mis ojos, verdades y sardinas.


3 comentarios:

El Náufrago dijo...

Cuando la realidad se convierte en una extraña obra de teatro surrealista cuesta salir a escena y hacer como si nada. Por mucho que decoren las flores de plástico nunca van a oler a nada y una abuela no se puede sustituir por un robot de cocina.
Ahora, una cosa está clara, nunca te quedarás ciega si sigues abriendo los ojos en busca de pequeños haces de luz ya sean de sol o de luna.


Un abrazo desde la isla,
El Náufrago...

virgi dijo...

Verás que esos rayos de luz poco a poco calientan y hacen revivir las semillitas que tienes repartidas donde menos te pensabas.

Un abrazo

ybris dijo...

Aprovechar ir despacio para contar mentiras es un modo de tomarse la realidad por el lado donde menos duele.
Quizás como un rayo de sol entre la niebla ¿no?

Besos.